domingo, 5 de agosto de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. La princesa y el guisante


Ayer Xiomara me invitó a pasar el fin de semana en su finca. Cuando fui a comer a casa a mediodía se lo dije a Scarlet.
- ¿Y va a ir? Preguntó celosa
- Pues no veo por qué no, aunque queda algo lejos, en las Azucenas
- Pues la semana próxima iremos a la casa de mis padres, en Costa Rica
Hoy sábado he ido a la oficina un par de horas para intentar enviar unos informes que han preferido quedarse echando una siesta en la bandeja de salida.
A las 10 ha vendido Xiomara para coger juntas el bus.
Aquí los autocares de línea son los autobuses escolares amarillos que vemos en las películas estadounidenses, pero sin color ya, y desvencijados.
Nos subimos y botamos durante un par de horas hasta llegar a las Azucenas.
- Tal vez no te guste. No es tan civilizado y moderno como San Carlos.
Pensé que era una broma, pero no lo fue.
Nunca pensé que mi casa, mi pequeño San Carlos, fueran civilizados. Hasta que llegué a la chocita de los padres de mi compañera de deporte. El suelo era el mismo que el de la calle: tierra. No había agua ni luz, la cocina era unos bloques de hormigón apilados con leña ardiendo en el centro y un perol en el que la mamá de Xiomara cocinaba sus mejores manjares para mí.
A unos metros de la cocina estaba la letrina, la ducha era tres paredes de madera y una cortina, y dentro un barril y cubos. En la parte de atrás correteaban cerdos, gallinas y un gato de patitas blancas, hasta entonces sin nombre, desde hoy “”guantes”. Las ventanas eran de madera y no tenían cristal.

Xiomara y sus amigas, excitadas ante tan “extraordinaria” visita, me llevaron a conocer la aldea. Paseamos mientras todo aquel con quien nos cruzábamos me miraba y me saludaba en inglés.
Caminamos por el campo y jugué con un cerdito como el de la película, las chicas no entendía por qué me emocionaba tanto.
Volvimos a la casa para cenar y me hicieron sentir como a una princesa de cuento, me dieron todo lo que tenían y me preguntaron cosas sobre Europa mientras comíamos con las manos.
En la sobremesa, y es un decir, porque comimos sentados en sillas de plástico, el padre de Xiomara me habló de su pequeña comunidad. Es un hombre mayor y muy sabio, mencionó a Aznar, el perrito de Bush, dijo; me preguntó por Zapatero, conocía la historia de los vascos y de Eta; habló de África del hambre, de Asia y sus castas…
- Sabe usted muchas cosas, Bernardo. Debe leer mucho.
- No sé leer, mi chelita.

Por la noche fuimos a la discoteca del pueblo: Lasser Mix. No tengo palabras para describirla, sinceramente.
Yo llegué con pantalones militares y botas de trekking enlodadas, las chicas con minifalda y tacones blancos, impecables. ¡Pero si hemos ido por el mismo camino!
- ¿Bailamos mi amor?
- No, no, no sé bailar
- Nadie nace enseñado, chelita
Hacía 20 años que no me sacaban a bailar. Sobre la vergüenza que pasé, tampoco tengo palabras.
Toña, toña y toña.
Me divertí mucho y pensé cómo harían mis glamourosas y guapísimas amigas de Barcelona si sus excursiones a los baños en los locales cool , fueran a una letrina.
- Vámonos ya a dormir, mañana tengo que levantarme a las 5
- ¿Para qué?
- Pues para ordeñar las vacas, para la leche del desayuno.
La familia de Xiomara no tiene habitación para invitados, ellos y sus 8 hijos se reparten las pocas separaciones que hay en la casa.
Yo dormí con Xiomara en una cama de madera sin somier y con un fino colchón de tela.
04/08/07

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