domingo, 19 de agosto de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. La expatriada que susurraba a los caballos


Nunca he tenido resaca, soy muy afortunada. Después de lo de anoche me he despertado como una margarita, fresca y descansada.
He desayunado con mi abuelita y me he preparado para ir con mis primos al festival hípico de Granada, una especie de carnaval, con las calles cortadas vestidas de fiesta, gente borracha y caballos por todas partes. Para estos eventos se montan tarimas con palcos para ver los desfiles, y allí estábamos nosotros, en el palco de Flor de Caña, frente a la casa de la familia dueña de la marca, los más ricos de Centro América.
A las 11 estaba bebiendo yo mi tercer roncito y abanicándome como la esposa de un torero cuando llegó el patriarca de la familia Pellas (que se pronuncia pelas, les va perfecto).
A mí siempre me han gustado los coches, pero presentarse allí con un Hummer me parece un insulto. Con lo que cuesta ese coche se podría alimentar durante un año a todos los niños de GH.
Nunca había visto tanto caballo junto, y no me refiero a los del Hummer, sino al desfile, niños pequeñitos vestidos de vaqueros, señoras maquilladísimas y con su charro (el sombrero de los ganaderos), parejas… todos montados en sus caballos engalanados.
Nos sirvieron vigorón con yuca, uno de los platos típicos de Nicaragua, el sol brillaba y todos parecían felices, como si la miseria y la tristeza se hubiera quedado en las cuadras, guardando la paja y las monturas de diario.
Después de unos cuantos vasos de ron más nos metimos en la mega carpa Extra Lite de Flor de Caña: dj’s, gogós, más ron y toda la pijería de Granada bailando y agitando sus charros al aire. Después de seis horas bebiendo, la lluvia decidió que ya no más y nos reunimos en la puerta para dirigirnos a las pick-ups.
Al salir de allí empezó una pelea de borrachos, mi primo intentó, en un principio, separar a los conflictivos para preservar la buena imagen de la marca… pero allí ya no se podía preservar nada. Algunos grababan con sus teléfonos la escena mientras más y más gente se mezclaba en el baile, esta vez de puñetazos, que continuaba al ritmo de la música. El resto de primos, novios y novias, nos encontramos apretujados entre culos de caballos que nos empujaban de lado a lado. La música seguía sonando y a mi alrededor, caras enfurecidas, caras felices, caras ebrias, todo mezclado, como los combinados de ron.
De repente, vi escurrirse, entre las piernas de los que lanzaban golpes al aire, a un niñito descalzo que serpenteaba entre la multitud recogiendo latas de refresco pisadas, y las metía en una gran bolsa. Con lo que ganara vendiéndolas, comería esa noche.
19/08/07

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