martes, 25 de septiembre de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. Please, do not leave baggage unattended


Después del primer vuelo del día, aterrizo en Costa Rica. Por todas partes tiendas de café… y libros. Obedezco el consejo de Txomin y compro uno de Isabel Allende, a la que siempre había dejado de lado simplemente por ser tan famosa.

He llamado a mi madre fingiendo estar aún en Nicaragua, no tiene ni idea de que regreso tan pronto.
- Mi niña, te extraño, nunca he vuelto a la estrella desde que te fuiste.

La estrella es el mosaico que hay en el suelo del subterráneo de Plaza Cataluña, donde se unen el metro y los ferrocarriles. Siempre quedamos allí. Ella llega siempre unos minutos antes de la hora acordada y, al llegar yo, la veo absorta, escuchando a los músicos, sean los que sean, no importa el estilo. Mi madre les aplaude y les sonríe fascinada. Cuando me acerco y le saludo dice:
- ¿Escuchaste? Qué lindo tocan, ¿verdad?

Paseo por el aeropuerto. Después de haber estado en el de Bangkok, todos me parecen ridículos.
De repente, chas! Bar de fumadores. Creí que ya no existían, “voy a tomarme un capuccino”, pensé.
Bajé unas escaleras que llevaban a un sótano inmundo, abrí una puerta de cristal oscuro y entré en el bar de los gremlins. El antro estaba lleno de humo y tenía un aspecto más sórdido que el de los peores after que había visitado en mi antigua vida descarriada. Las luces eran de neón azul, no había ventanas y la música, terrible, sonaba demasiado alta. Absolutamente todos lo que allí estaban, fumando, uno tras otro, montones de cigarrillos, bebían alcohol, y las pocas mujeres que había, parecían prostitutas.
Salí de allí horrorizada, ya fumaría en casa.

En los otros bares, parejas de españoles de vuelta de su viaje de luna de miel disfrazados de intrépidos expedicionarios.

De repente miré a mi derecha y… mi mochila! me la han robado!
Me sentí desnuda, idiota y triste a la vez. Sólo una vez me había ocurrido algo así antes, hace sólo unos meses, cuando me robaron mi bicicleta en la puerta de casa. Sólo era un hierro feo que ni siquiera me había costado dinero, fue una herencia. Pero yo pasaba por complicado momento de lucha y frustración y esa bicicleta era entonces lo más sólido de mi vida. Recuerdo que me sentí intensamente desgraciada.
Ahora, en ese aeropuerto, alejada de mis dos mundos, sentí algo parecido.

- Esto es tuyo, ¿verdad? Te lo dejaste en la librería
Un chico moreno, sonriente y gay como si no hubiera mañana, me restituía con un dulce pestañeo la mochila y mi confianza en la bondad humana.
Le agradecí el gesto y conversé con él. Curiosamente ambos tomaríamos el mismo vuelo a Madrid y como había asientos libres, nos sentamos juntos.
Aldemar tenía una conversación alegre, chistosa y muy femenina, fue un rato divertido. Sus gestos eran más dulces que los míos y tenía una mirada muy pícara.
Después de la típica charla de viajes, países y comida le pregunté:
- ¿Y a qué te dedicas?- pensando que contestaría “peluquero” o “diseñador”
- Soy cura. Dominico.
“Hay que joderse”, pensé. Pero en seguida me froté las manos viendo la oportunidad de una interesante discusión sobre religión.

Y así transcurrió el vuelo, lanzándole yo flechas en llamas que él apagaba con una sonrisa y una presumida sacudida de cabeza.

Siempre tengo suerte con la gente que conozco en los aviones. Excepto en el vuelo a Atlanta, hace cuatro años, en el que me senté con el clon de Ignatius J. Reilly de La Conjura de los Necios y pasé 10 horas aguantando un mortal ataque de aerofagia.
25/09/07

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