lunes, 24 de septiembre de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. Cuatro botes de Relec más tarde...


Dejé en San Carlos toda mi ropa de batalla (la bonita siempre estuvo en Managua). Le di todo a Scarlet y las niñas: toallas, sábanas, ropa, cepillos de pelo…
Siempre viajo con cosas viejitas que casi no utilizo, las uso hasta reventarlas en mis destinos de aventura y las regalo antes de irme. “Así volveré más liviana”, pienso, pero al final los regalos ocupan más espacio del que llené al preparar la maleta.
Esta vez casi no puedo ni cerrarla.

He pasado toda la mañana con mi abuela.
- Voy a escribir una carta para que le des a tu madre- dijo
Y yo me quedé frente a ella, viendo como escribía con una letra minúscula que el peso de los años hacía inclinarse hacia abajo y unas lágrimas sin consuelo le surcaban las arrugas de su piel anciana.
Y por varios minutos recordé mi infancia en su finca de Masaya, recordé los perros y la inmensa familia y los árboles altos y las grandes frutas, y me di cuenta de que ella perdió todo aquello en una guerra que le dejó poco más que ese orgullo indio que la mantiene en pie.
Y me di cuenta de que yo no sé qué es perder.

Ese mediodía no conseguí comer.
Recogí mis maletas y esperé al chofer.
Me despedí de los monos – mis sobrinos- de mi tía y de mis primas. Recordé el momento, hace unos meses, en que vi por primera vez a Alejandra y las dos nos miramos examinándonos y reconocimos, curiosas, que nos parecíamos, aunque en distintos tonos.
Alejandra, Alita, no está triste. En sólo tres semanas volará a mi ciudad que yo convertiré en la suya y la cuidaré tanto como mi familia me ha cuidado a mí.

Por fin me acerqué a mi abuela, que no conseguía siquiera mirarme a la cara y me dijo:
- Pediré a Dios por vos, mi amor.
Y yo se lo agradecí de corazón, porque pedirle a ése, su dios, aunque no sea el mío, era lo más grande que ella creía que podía hacer por mí y lo valoré como el regalo más inmenso que alguien pudiera entregarme.

Mi tío apareció entonces, le arrancó la maleta de la mano al chofer y me dijo: yo la llevo, súbase al auto.

Por el camino vi de nuevo a los mendigos, el tráfico loco que ya no me altera y escuché la radio de los bomberos mientras erguía la cabeza pensando que había saldado cuentas con la sangre.
En el aeropuerto mi tío me abrazó brevemente, sin pena, sino con una sonrisa de aprobación y me despidió después con la mano, mientras yo me saltaba la cola del pago de impuestos, con mi carnet de cooperante en la mano.

Pd: Hace cuatro meses Euge, Pato y yo vivimos una aventura en Asia. Parece que Birmania ahora despierta. Un saludo a Santea, Neymo, Stephen, Mr. Robin y toda la gente de ese maravillosos país oculto.
http://www.elpais.com/articulo/internacional/monjes/vuelven/desafiar/Junta/Militar/birmana/elpepuint/20070925elpepuint_9/Tes 24/09/07

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