sábado, 22 de septiembre de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. Doctor Livingstone, supongo.


Anoche, al llegar a casa, todas las mujeres de la familia Barrios incluida la abuela y una tía de los Chiles con sus hijas me esperaban en una pequeña fiesta sorpresa, con su humilde comida, pero en sus mejores platos, con más luces encendidas de las necesarias y con música. Scarlet hasta se había maquillado para la ocasión. Las niñas llevaban ropita limpia y clips en el pelo y bebimos Toña…
Al final de la velada, cuando quise ir a acostarme, empezaron a darme un regalo cada una: libros. “Sabemos que es lo que más te gusta, a vos” y yo no quería ni pensar en el esfuerzo que les debería haber supuesto eso y Francesca miraba al suelo enfadada porque yo me iba a ir y, bueno, no sigo porque me voy a electrocutar si continúo llorando sobre el portátil.

Esta mañana me ha despertado el sonido de los mangos cayendo sobre el tejado de zinc y el de los zanates saltando sobre cada ondulación como señoritas apresuradas con tacones altos.

En mi último vuelo de San Carlos a Managua me deleito con el paisaje que dejo atrás. El lago Cocibolca con sus islas como setas verdes, aparecía como el pequeño mar del pequeño mundo que estos meses me tuvo tan absorbida y me convirtió en un ser medio de acá y medio de allá. He vivido en San Carlos sin identidad definida, sin orgullo de ninguna patria ni derecho a criticar por no ofender a alguna de las dos partes de mi sangre.
Desde la perspectiva de mi pajarito de hojalata, los animales eran como minúsculas piezas de maqueta, inmóviles y los tejados de zinc parecían sacapuntas metálicos incrustados en capas de musgo.
- ¿Te vas para no volver?
Aparté la mirada de la ventana y vi a mi derecha a un chico rubio de ojos muy claros con aspecto inglés.
- Probablemente- contesté

Durante el resto del trayecto conversé con Gilles Dawson, un aristócrata rebelde educado a caballo entre Londres y Lisboa. Vivía desde hacía 7 años en Chile trabajando en su propia fundación que velaba por la conservación de la cultura indígena, (no, si lo que no me pase a mí…).
Me pidió que le recomendara un lugar donde alojarse en Managua antes de tomar su vuelo a Santiago la madrugada siguiente.
Le dije que yo siempre me había quedado en casa de mi familia, pero que justo entonces iba a tener una reunión en un hotel frente al aeropuerto.
Aterrizamos a las 10.30 y tuvimos que tomar un taxi para atravesar los escasos 50 metros que nos separaban del hotel Las Mercedes. Habríamos muerto si hubiéramos intentado cruzar los 5 carriles de la Panamericana.
El avión de Txomin, mi sustituto para San Carlos y con quien debía reunirme allí, no pudo aterrizar la noche antes en Costa Rica y había tenido que dormir en Panamá. Me llamó y me dijo que llegaría en un par de horas.
- Te espero en la piscina- le dije.

Gilles fue a reservar su habitación y apareció unos minutos más tarde con un camarero que traía dos deliciosos desayunos continentales.
Charlamos sobre su pasado y sobre mi futuro. Yo le hablé de Vanuatu.

A mediodía apareció Txomin, el compañero de GH a quien yo aun no conocía. Sobre él tenía la misma idea que tengo de todos lo auditores: personas serias que trabajan con números.
Txomin apareció en bermudas y con una gran sonrisa, se quitó las gafas de sol y salto a la piscina para nadar conmigo. Lo siguiente fue pedir una botella de Ron Flor de Caña. Gilles dijo que se marchaba para dejarnos trabajar pero le convencimos para que se quedara con nosotros. Mientras hablábamos de trabajo él se mantenía al margen, leyendo “The Conquest of the Incas”; cuando dejábamos el tema GH de lado, se unía a nuestra conversación con opiniones brillantes.
Otra botella de ron.
Saltábamos de la cooperación a la literatura, a las relaciones, a los viajes… Las horas pasaban y allí estábamos los tres como turistas, tomando el sol, bebiendo y charlando.
A las tres nos dimos cuenta de que no habíamos comido y pedimos cosas ricas (el hotel es de cinco estrellas) y nos sirvieron en la misma terraza de la piscina.
Otra de ron, venga.
A las seis el sol se puso y allí continuamos, en bañador ellos y bikini yo, bebiendo más y más ron y hablando de lo divino y lo humano.
A las ocho y media y sin verme con fuerzas para terminar la cuarta botella, pensé que debía vestirme e ir a casa de mi familia que debía estar sintiendo lástima por mí y mi eterna reunión.

Estaba calcinada, fascinada por haber conocido a Gilles y feliz por pasarle el relevo a Txomin, que me pareció un hombre inteligente, divertido y mucho más capaz que yo de solucionar los problemas que se habían presentado en Río San Juan.
- La cuenta por favor- dijo Txomin
- El caballero inglés pagó ya todo- contestó el camarero

Les dejé a los dos en su hotel, encantados de haberse conocido.
Gilles me prometió que seguiríamos en contacto y Txomin y yo nos despedimos con un:
- Nos vemos en Malawi.
22/09/07

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