miércoles, 5 de septiembre de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. Felicidades, Padre


He dormido tres horas. Al sonar el despertador un perro callejero aullaba cerca de la casa, o tal vez era yo, que lloraba de sueño…
Me he vestido sin saber qué me estaba poniendo y me he arrastrado hacia la oficina, como siempre escoltada por Tigre, que da unos pasos, se detiene, se gira para verme enderezando su única oreja y continúa al comprobar que le sigo.

El huracán Félix está destrozando el norte de Nicaragua y aquí, a Río San Juan, ha traído lluvias que de noche amenazan con desquiciar los techos de zinc. Esta mañana la calle tiene restos de la pelea que sostuvo con el viento. Veo las fotos del satélite y pienso en lo hipócrita de esa imagen que recuerda el dulce algodón de azúcar de la infancia y que, en realidad, lleva tanta amargura en sus pliegues.

Hoy es el cumpleaños de mi padre. Hoy no puedo regalarle un libro que devoraría en dos días ni bebernos juntos el último descubrimiento de alguna bodega que, al poco, se habría hecho famosa; no puedo dedicarle Debbie al piano. No puedo abrazarle mientras le digo cuanto le quiero y le admiro, así que le llamo a su móvil.
- ¿Padre?
- Estoy en un avión a punto de despegar hija, tengo que colgar.
Y eso ha sido todo. No he insistido después, porque sé que estará rodeado de médicos en un congreso, o en algún quirófano manejando maquinitas para que un corazón maltrecho siga latiendo.
Pero he pensado mucho en él hoy, en el amor loco que siente por su esposa, mi madre, y en lo mucho que nos quiere y protege a mi hermana y a mí. Ahora hay que repartirse ese cariño con Gerard, mi sobrino. Pero está bien, hay para todos y sobra.

Ya quedó muy atrás el tiempo en que él y yo éramos como dos ciervos con grandes cuernos y luchamos hasta separarnos. Ya recuperamos el tiempo perdido entre vinos que él me enseñó a conocer, cenas y charlas hasta la madrugada que nos convirtieron en amigos, amigos que hablan de amor, de libros y de sueños.
Ya entendí que no debía enfrentarme a él para acabar perdiendo frente a su testarudez infinita. Ya me dedico sólo a aprender de todo lo que aún me puede enseñar y a comprender que para él la vida fue difícil y que por eso me inculcó la disciplina y la dinámica del esfuerzo y de la lucha. Ahora cuando miro los ojos azules que repitió para mi, sólo veo cosas buenas y un atisbo de arrepentimiento por lo que cree que hizo mal.
Ahora valoro más que antes la imagen de mi infancia en la que ese señor, al que sus amigos llamaban Sandokan, se despedía de mi con un beso antes de saltar en paracaídas, que pilotaba aviones, que partía ladrillos de un golpe vestido con un extraño pijama blanco, que grabó en mi mente el valor de la aventura, del deporte, de la lectura y los viajes.

Cuando la gente me pregunta por qué no llevo pendientes y contesto “no tengo agujeros”, siempre añado que mi padre se negó a marcarme siendo bebé, y que quiso esperar a que fuese adulta para decidir. Y así fue en todo, y así aprendí a crecer siendo libre, y por eso mi madre me llama “pájaro”.

En el día de su cumpleaños estoy en la tierra que él conoció por amor y que me enseñó a querer. La tierra de la mujer que él extrañaba mientras vivió en Angola y sólo pensaba en volver a sus brazos sin traerle a su vuelta el cólera que entonces azotaba el país. Mi padre me puso muy alto el listón en el amor, y yo ya nunca me conformaré con menos. Mi padre, siempre de viaje, me enseñó que la distancia no la ponen los kilómetros sino las personas. Y por eso hoy no le siento lejos y tal vez él oiga como, desde aquí, le digo “Felicidades, padre”.
05/09/07

3 comentarios:

  1. Que bonito. Me he emocionado. Me parece precioso y a la vez me muero de envidia. Sabes, yo tampoco tengo agujeros en las orejas, pero no fue por no decidir por mí, sino porque mi madre estaba cansada de oírme llorar y no me quiso hacer llorar un poco más.

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  2. Ya, a mi eso de que llorar es bueno, no me acaba de convencer.
    Un beso!!!
    n.

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