martes, 24 de julio de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. Desaprendiendo a comer


Lluvias toda la mañana no hay Internet.
El generador que hay en la oficina permite que los ordenadores trabajen y escribo dossieres de presentación e informes. Lo de la conexión asquerosa ralentiza mi comunicación con España, tendré que aprender a ser más autosuficiente.
Llueve, llueve mucho.
A mediodía me como unos cereales con leche mientras sigo trabajando.
Por la tarde conocí al responsable de Solidaridad Internacional aquí, un hombre inteligentísimo al que escuché con la boca abierta. Ojalá salga bien todo y podamos trabajar juntos. Me fijo bien y el tío es idéntico a Pancho Céspedes.
Tres horas hablando con él, me duele la lengua, creo que no abriré la boca hasta mañana.
Después de escribir mis informes, regreso al hotel arrastrando el portátil.
Marlene ha salido a las comunidades y no volverá hasta mañana, así que me toca cenar sola. Me paro en un puestecito donde una señora gorda y sonriente asa carne en una enorme parrilla. Me prepara res con tajada (banano frito) y chile en una hoja de plátano, y lo cierra haciendo un paquetito. Con las mismas manos que toca la carne, me da los dos sucios billetes de 20 córdobas de cambio.
No hay cubiertos ni servilletas.
De esta me cicatriza el estómago.
De postre me como un millón de pequeños mosquitos, los chayules, que vuelan veloces hacia mí. ¿Será porque soy blanquita? Comparada con los locales soy una linterna encendida.
He trabajado 14 horas, creo que babeo y tengo los ojos medio cerrados mientras fumo mi Belmont de antes de acostarme en el porche de mi hotelito.

Me acuesto agotada y de pronto me acuerdo de Capitán.
Qué rica la sal…

Cri cri cri… hacen los ratoncitos que corren por encima del falso techo.
24/07/07

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