lunes, 22 de diciembre de 2014

The pigeon

I arrived in Montreal from warm and sunny Australia a month ago, “worst time of the year” they said. “You'll freeze,” they said.
That was not the worst of my fears.

We found a place, our new home.

The first morning I went out and saw a grey pigeon perched on the rail of the balcony of the block next door. It watched me as I went down the winding, twisting stairs trying not to break my neck on the icy steps.

“I will have to find a job, of course, but will I be too old? Or too… Spanish? Do people here like Spaniards? I will have to learn to drive on the other side of the road, again. How long will it take me to familiarize myself with the streets, will I be very stressed if I get lost?”

The day after there were two pigeons, one of them saw me and took flight immediately, ignoring me. The second one, the same as the day before, stood there, staring at me.

“I will have to make new friends. I will love them and then will eventually have to say goodbye sometime, again, as I did the others. And then I’ll miss them.”

The day after, the temperature was minus 36 degrees. I went out and the pigeon was there still watching me, defiant, telling me with its imperturbability that it would not work, that I wouldn't find warmth again, that there wouldn't be friends or colleagues, and that I’d always be a stranger here.
I looked at it and thought “maybe I should stay in. It’s really cold. Maybe it was not a good idea to come here at all”.

I wrapped myself up in warm clothes and went out anyway. I saw the damned pigeon watching me again with its hatred and its murderous eyes. I decidedly ran down the stairs with courage in my heart, walked the few steps separating my block from the neighbour’s, looked up, took a deep breath and climbed the snow-covered steps of the old building.
And there she was, still staring; cold, grey and petrified as old lava.

The pigeon I so feared was actually only an inanimate object of old beaten iron braced to the old white handrail.


martes, 18 de noviembre de 2014

Volvieron a florecer las jacarandas



La primavera en Brisbane es absolutamente deliciosa, especialmente para el que haya crecido en una ciudad. Las flores, los colores y los olores son intensos y no tienen que pelearse con la polución para manifestarse. Las jacarandas revientan en color violeta que llueve sobre las calles y que viaja con el viento para terminar cubriendo como un manto el camino en esta ciudad perfecta, limpia, segura, honrada.





Por las noches el jazmín, intensísimo, emborracha la vuelta a casa tras el trabajo o el deporte.
Luego la ponciana toma la palabra y vence con sus flores rojo intenso toda posible discusión sobre quién manda en temas de color.

Hasta los alcorques son una fiesta. Por todas partes hay primavera: mientras en el resto del mundo empiezan el frío, el mal tiempo, el largo invierno, aquí se respira alegría, luz y la llegada del calor y de las vacaciones.
Y esta, para mí, ya es la tercera vez.

Ya nada es tan nuevo para mí en Australia, ya he viajado por toda esta inmensidad, he mirado a los ojos a animales diferentes, he perdido costumbres y he adquirido otras. He trabajado mucho y muy duro y así he podido conocer también al australiano que no sale en las revistas de surf, al cerrado, soberbio, el que odia todo lo de fuera, que critica e insulta al extranjero.

He cometido mil errores, los recordaré, creo. Ya no soy joven.

He tenido tiempo de querer y olvidar; aquí también me han hecho daño.
He metido en mi vida a personas que lo estarán siempre. He recibido con ilusión a los que nunca se fueron.
Mi pareja, mi compañero, me ha demostrado que sí se puede seguir en una nube después otro año, y otro, y otro más. Que las frases esas de “ya veréis cuando llevéis más tiempo” son sólo frustración y envidia.

Mi sueño australiano se ha cumplido, he ido llenándome de experiencia, de nuevos afectos, de historias, de objetivos alcanzados.

Y cuando todo está conseguido, es cuando hay que moverse. Hay que volver a buscar la aventura, el esfuerzo y las nuevas recompensas. Quedarse quieta no es una opción.

Siempre he relacionado la comodidad con la pereza, y la pereza para mí es un monstruo.

Esta es la última vez que veo florecer aquí las jacarandas.


Gracias, Oz.




Dedicado a Xavier, Sonia, Nerea, Marta, Jesús, Ivana, Kev, Joan, Núria, Lluís, Laura, Juanlu, Christian, Sally, Dave, Mamá Leona y los leones, Trish, Pru, Harriet, Bridy, Tess, Jill, Chris, Nat, Carlos, Leti, Laura, Miguel, Nora, Amir, Andy, Nick, Corinne, ... y M.

domingo, 3 de marzo de 2013

Un año.






El día que salí de Madrid las calles estaban heladas.
Después de las horas –días- de aeropuertos y aviones sin clima, sin tiempo, sin realidad, lo primero que sentí al volver al mundo, por encima del cansancio de tan largo viaje, fue el golpe de humedad. Y es que ése, era otro mundo.

Y de eso hace hoy exactamente un año.

Todo es tan diferente aquí, diferente de vosotros, diferente en la forma de sentir. La piel, los olores, la luz, las historias…

No pasa un día en que no piense en alguno de mis amigos o alguien de mi familia. No en España, no confundamos, no siento nada por ese ni por ningún país. Pero cada detalle, cada duda o cada pequeño logro, lo traslado ahí donde estáis y me siento con uno o con otro a comentar las posibilidades, las soluciones, los siguientes pasos. 
Y en mi cabeza os pongo movimiento, os visto con la ropa con la que os recuerdo, pido otra ronda al camarero y seguimos hablando.

Creo que sin eso no podría vivir, ni aquí ni en ningún otro sitio.

No sé si voy a volver, no parece probable, no sé tampoco si cambiaré de país pronto, no sé.

Aquí estoy bien, tengo muchas cosas que necesitaba. La calma, necesitaba esta calma en el pulso, en las noches.

Haga lo que haga os llevaré conmigo, os seguiré pensando, seguiré soñando despierta que me contáis y os cuento.

No os suelto, no os pienso soltar.

n.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Adiós Facebook




Ya no me gusta Facebook. A todos los que me habéis preguntado, os respondo eso porque ese es el motivo para cerrar mi cuenta, o anularla u olvidarla o lo que sea que haya que hacer para retirarse.
Ya no me gusta porque ocupaba muchísimo tiempo subiendo fotos que trataban únicamente de “mira qué hago”, “mira qué como” y “mira que bebo”. Todo ya muy vacío o demasiado lleno de "yo yo yo". Además se me había atiborrado el news feed de publicidad y lo que no era publicidad era muy a menudo “hace frío”, “hace calor” u “hoy le he puesto patata a mi gin tonic”.
Ya no me gusta.

Por inercia, por pereza, o por lo que sea, perdía ya demasiado tiempo en ello. Ha habido días que no he abierto un periódico pero sí he abierto Facebook, y la verdad es que no quiero ser así.

Mi intención ahora es repartir ese tiempo en escribir cosas más largas -en mi blog-, y cosas más cortas, -en Twitter-. 
Y sobre todo voy a intentar que ese tiempo sea el que me sobre después de haber escrito cartas largas a mi madre, haber hablado por skype con mis amigas, haber leído con calma los correos que cruzo diariamente con gente a la que me encanta leer y a la que justamente conocí a través de los blogs…


Si alguien está pensando en hacer lo mismo pero necesita un empujoncito de ayuda, propongo  un ejercicio de imaginación:

Te han invitado a una fiesta, ahí va a estar toda la gente que conoces y adoras, también, ¡oh, sorpresa! están tus  amigos del cole con quienes habías perdido el contacto; también los primos del pueblo, que son muy salaos y solo los ves en Navidad; aquel tío/tía bueno/a que conociste hace 5 agostos y al que al mirarle a los ojos se te erizan los pelos del cogote. 
También están los de aquel verano estudiando en Irlanda, los compis guays del curro y, en fin, todo es maravilloso. Bebéis en copas de balón, sonreís, os hacéis fotos con una lomo, ponéis morritos y tú eres feliz gracias a Facebook que te ha dado todo eso.

Pero ahora, fíjate bien, los espejos de las paredes de esa casa no son normales. Acércate... ¿te das cuenta? no son espejos en realidad, son cristales y tras ellos hay gente observándoos. Son el señor de Telepizza, el de Privalia, el de Evax, el de Hyunday... y son ellos quienes os han reunido ahí para ver qué hacéis, qué coméis, que os gusta y cómo os pueden vender sus cositas.

Eso es Facebook en realidad, te puede dar igual claro, pero eso es.

Hace cuatro años hablé de cómo Facebook podía matar al amor Resulta que a mí me ha pasado al revés, por eso me siento, en parte, como una ingrata al renegar de quien me ha presentado a mi pareja y a un amigo imprescindible, Cochepo. 
Por eso, antes de decir adiós, Marck Zuckerberg, te doy las gracias de corazón.

@ninaraval


jueves, 6 de septiembre de 2012

DIEZ COSAS QUE NO PUEDES HACER EN AUSTRALIA. Capítulo 1.



1. Tener Prisa

“Basta de dar envidia” se me han quejado algunos. Bueno, este país está igual de abierto para mí que para muchos de esos que comentan sobre mi vida aquí como si fuera fruto de un milagro o algo parecido.
Venid, leches.
Ya lo dije una vez lo de “No me voy de España por mis padres” es el nuevo “no me divorcio por mis hijos”.
Para los que insistís en quedaros pero no queréis “pasarlo mal” con lo que os cuento, aquí tenéis una lista de cosas que os hará pensar que estáis mejor comiendo jamón y viendo Sálvame que aquí.


Lo llevas claro. Eso tan español de entrar en un bar gritando “¡un cortado!!!”, dar un golpe con la moneda contra la barra, tomarlo de un sorbo y salir relamiéndote el bigote aquí no existe. Aquí entras en los cafés y te atiende un hipster desnutrido con barba y pantalón de pitillo, te saluda, alaba tu camiseta, te pregunta cómo te está yendo el día hasta entonces, te explica que a él no les está yendo mal tampoco, te sonríe y entonces ya, te pregunta qué quieres. Tú le dices que un café, pero él abre los ojos, sonríe más y te pregunta que si latte, que si capuccino, que si flat white… tú dices que latte está bien porque te gusta la espumita y quieres acabar ya con eso porque llegas tarde al trabajo a tu clase de surf o a tu cita con un canguro. Pero el hispter vuelve a sonreír, mira a su compañera hipster que te sonríe también con sus labios pintados de rojo y vuelve la espalda hacia la cafetera enseñándote unos tatuajes muy molones que se hizo en Melbourne en un festival to chulo para el que tú ya te has comprado entradas para 2014 (para 2013 no quedan ya, por supuesto) y el hipster te pregunta que si large, que si small que si sugar que si un shot o que si dos. Le dices que sí a todo y entonces él te dice que sueltes 5 hermosos dólares y te da un palito con un número.

Tú miras el palito como buscando la espuma de la leche y él te dice que te sientes, que ya si eso te lo lleva cuando le salga del aro ese tamaño bagel que se ha metido en el lóbulo de la oreja.

Y tú te sientas en unos sofás maravillosos, y al lado hay una familia de guapos con niños que no gritan ni hacen ruido, y suena un musicón que sacas el Shazam hasta que echa humo, y fuera brilla el sol, y hay un montón de revistas de diseño, y empiezas a sonreír y a relajarte mientras ves como la hipster dibuja corazones con la leche en el café y esperas tranquilamente que te lo traiga, porque, hay que joderse, el café es una auténtica maravilla.

Continuará...

Estos son los cafés a los que debes ir en Brisbane: