domingo, 23 de septiembre de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. Los Selva


Las mañanas de domingo en casa de los Selva Arnold son aburguesadamente tranquilas. Las palomas se arrullan en los palos de mango, las criadas preparan el desayuno y lavan ropa a mano, el periódico salta la verja del jardín y, uno a uno, los miembros de la familia nos levantamos perezosamente.
Yo soy la primera que se sienta a la mesa y la última que se levanta. Voy leyendo las partes del periódico que circulan en silencio, montando un puzzle de actualidad de este país caótico entre pancakes, zumo y café.

Septiembre termina, a estas alturas estaría, normalmente, escapando de Barcelona y las fiestas de la Mercé; entre Ibiza y Formentera, entre el descarrío y el paraíso. Este año ni una cosa ni la otra. Por un minuto he tenido la sensación de que me habían robado un verano: las vacaciones, las claritas y las fiestas en la playa, las terrazas en las cálidas noches del Raval… Nada de eso existió el verano de 2007.

Para no atarme demasiado estrecho el corsé de la nostalgia que tan a menudo me altera la respiración, me fui de compras con mi prima. Cuatro libros más para mí y uno para un gran amigo…
Me compré también los cd de Perrozompopo, hay cosas que no deben bajarse de Internet…

Paseamos por el mercado de artesanía: madera, cuero, guayaberas, cotonas bordadas, hamacas y pendientes de coco. Las vendedoras te asaltan amablemente: “¿que necesitás mi amor?” Compré pinolillo, dulces de cajeta y rosquillas somonteñas. Todo lo que comía de pequeñita. Esta vez la hija se lo dará a la madre, y no al revés.

Al volver a casa nos sentamos a conversar con un ron en la mano, haciendo planes para la cena. Yo cocinaré para todos.

Allí donde voy me ofrezco para cocinar. Todos dicen que se me da bastante bien, pero la realidad es que siempre cocino para gente que quiero y ellos nunca serán objetivos en sus juicios. La conciencia me obliga a reconocer que lo hago en parte como agradecimiento “te estoy ocupando la casa, déjame que haga algo por ti a cambio”.
La cuestión es que esta noche me quedó divino, qué leches. Allí estábamos todos, disfrutando de mis platos estrella, brindando con vino chileno y riendo cuando yo, en plena carcajada, rompí a sollozar. Detrás fue mi prima Au, y mi tía, y todos me gritaron que me callara, intentando evitar el desastre y, de repente, todos nos estábamos gritando, “pará, carajo!”, “pará vos!” y golpeándonos en los hombros, nerviosos, mientras los niños nos miraban pensando en lo ridículos que se nos veía.
Nos esforzamos en darle un giro rápido al ambiente y volvimos a reír, esa es la auténtica imagen de los Selva, la carcajada y el trago.

Más tarde me llevé de puntillas la tristeza a la cama, la trasladé escondida como contrabando y me dormí tarde, muy tarde.
23/09/07

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