martes, 18 de septiembre de 2007

DESDE EL CORAZÓN, DE AMÉRICA. La masai blanca

Ayer vi la primera película de las 200 que me grabó Salva. La verdad es que no he tenido mucho tiempo libre y me ha apetecido más leer, ya paso suficientes horas al día frente al portátil.
Pero ayer no conseguía dormir y vi La Masai blanca, una película de Hermine Huntgeburth. Lo primero que me atrajo (además de que me encanta, por razones obvias, el cine alemán) es que la protagonista me recordaba a mí: rubia, ojos claros, flacucha y con el pelo de estropajo, como yo.
Al principio se ven imágenes de autobuses atestados de africanos con los techos sobrecargados de bolsas y macutos… y entonces recordé mi viaje a África.

Fue mi primer viaje después del accidente, y representaba dejar atrás una época sórdida de condena a la inmovilidad y de dolor.
Ese accidente puso fin al boxeo y a la esgrima y por él tuve que reestructurar mi vida deportiva y muchas cosas más. Por él también, desplacé un poco la medicina tradicional y descubrí las terapias alternativas que, en mi caso, resultaron mucho más efectivas.
Era un viaje importante, bueno, todos lo son, pero en el punto en que me encontraba, había puesto muchas esperanzas en ése concretamente. Era un viaje de aceptación de mis nuevas limitaciones y el inicio de una vida diferente que podía ser, y fue, más completa y llena de sentido.
Por todo ello era importante escoger bien la compañía (estaba demasiado débil para viajar sola), y escogí la mejor: Iolanda.
Iolanda con “I” era mi vecina. Yo me había comprado hacía un tiempo un piso frente al suyo, nos separaba apenas medio metro al principio, después ya ni eso…
Teníamos mucho en común, aunque ella es más espontánea y artística y yo más tosca e insegura.
Ella había viajado ya por medio mundo y eso nos acercaba aún más.
Estaba claro, haríamos juntas ese viaje.
Algunos habéis leído ya esas crónicas, son muy divertidas, casi chistes, porque el periplo africano resultó ser excelente en todos los sentidos.
Nunca olvidaré ese viaje, uno de los mejores de mi vida.
La película de anoche me hizo recordar nuestros trayectos eternos en autobuses, coches, trenes; las puestas del sol en el Rif, la comida cocida en ollas de piedra; los tambores…

Yo volví dispuesta a conocer más mundo, como siempre. Pero Iolanda tiene, hace ya mucho, medio corazón en África.
Al poco tiempo se fue a vivir a Zimbabwe para cubrir un puesto diplomático. Desde allí me escribía correos maravillosos explicándome como era su casa en Harare, sus nuevos amigos y su amor por Bruno, un músico angoleño, guapísimo y apasionado.
Iolanda tuvo que abandonar todo aquello por motivos de trabajo y no me dio tiempo de visitarla allá, aquellas vacaciones viajé a Croacia y Europa del Este.
Pero hace apenas dos días, me dio la noticia de que tiene un nuevo destino. Guinea-Bissau.
Esta vez sí iré a verte- le dije.

África para mí, es Iolanda.
18/09/07

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