Rápidamente uno se adapta a los horarios de la isla. Los días empiezan con el sol, sobre las 7.30 y terminan antes, porque la luz se va a las 6 de la tarde.
Por la mañana salgo a correr, aquí estoy haciendo las carreras más bonitas de mi vida, bosque, playa… me cruzo con mariposas de enormes alas azul eléctrico, con caballos, con perros que escoltan a nativos en su camino al trabajo, con pescadores… Todo con el rumor del mar o de los árboles, con el olor de las algas y el calor de sol.
A mi vuelta ducha y desayunado al aire libre: huevos revueltos, pan de maíz tostado, jamón, queso, sandía, piña, zumo natural y café. La verdad es que ni echo de menos el periódico.
Janaina es la cocinera de la posada, mientras recoge el desayuno me presta a Antonio, su bebé de 7 meses, el niño más bueno de mundo.
A partir de ahí toca olvidar lo de hacer cosas, a partir de ahí toca buscar una sombra bajo una palmera pero evitando la línea recta bajo un coco potencialmente asesino, abrir un libro y echarse a leer intercalando capítulos con siestecitas y con chapuzones en el océano
Eso es lo que se hace aquí...
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