Raval se escribe con V

Ni siquiera ha pasado una semana desde que llegué y estoy viendo tantas cosas distintas que parece que haya estado fuera cuatro años. El Raval está invadido por un ejército de bicicletas rojas y blancas. Sobre ellas pedalean gentes de todo tipo: extranjeros de paso o estudiantes, jóvenes y no tan jóvenes que han sucumbido a los encantos de la libertad lejos del metro o el bus. Por todo el barrio hay gente en bicicleta.
La construcción del famoso hotelazo de la Illa dels Robadors avanza, flanqueada por otras construcciones de viviendas.

Nuevos bares, nuevos restaurantes, algunos con aroma a oriente otros autóctonos, acogedores y llenos de encanto. Una sandwichería que promete ser la revolución cool del barrio siguiendo la estela de la ya exitosa pizzería que tiene al lado.
Por todas partes hay plantados postes con carteles indicadores de la ruta cultural de Ciutat Vella.
Todo tiene un aire nuevo sobre lo antiguo.
Hasta mi escuela de piano se anuncia ahora con un flamante rótulo de vivos colores.

Esta noche, después de clase tenía cenita con Marce, ya a solas para escuchar por fin su historia del pasado verano.

La calle Valdonzella estaba repleta de estudiantes que salían de las nuevas universidades que han llenado de jóvenes la zona.
En la puerta del restaurante esperaba ella con su gran sonrisa, apurando nerviosa las últimas caladas a un cigarrillo antes de entrar en nuestra velada balsámica en ese multiespacio de terapias, venta de té, masajes, cursos y cenas deliciosas.
El Mailuna nos trae grandes recuerdos.
El interior está decorado de una forma que relaja los músculos y serena la mente de quien allí entra.
Rissotto con crema de Idiazábal y nueces y una botella de Rioja.
Risas, historias, abrazos… lo pasé tan bien que hasta me sentí culpable por unos momentos, entonces me di cuenta de hasta qué punto me había corrompido el sufrimiento de los últimos meses.
Ya había perdido la costumbre de estar bien.

En el Mailuna hay un pequeño jardín zen, decidimos coger nuestras copas de vino y salir un rato allí. Marce caminó delante de mí hacia la puerta de cristal… que no vio…
Ataque de risa.
La conversación dio varios giros, algunos inevitablemente lúgubres, pero había que hablar de todo.
Marce está aprendiendo a contar con los demás, a vaciarse de penas que de otra forma le fermentaban en el pecho y le estallaban en la piel.
Queríamos seguir hablando, demasiado tarde para un restaurante, caminamos por Joaquín Costa hacia el Lletraferit y allí, en los sofás y rodeadas de libros, seguimos desgranando pesadillas y sueños y elaborando un futuro mejor que se cumplirá seguro porque ambas los merecemos, porque la vida recompensa a quienes de verdad han amado, a los valientes que se aventuran en batallas perdidas, a los que siguen creyendo que el cariño mueve montañas. Y como dijo La Maga querer nunca es demasiado, amar y apostar fuerte no está a la altura de cualquiera; y saberlo y quererlo hacer es una gran virtud.
Y brindamos con más vino y la promesa de valorar más todo lo bueno que nos rodea y seguir queriendo a corazón abierto, aunque escogiendo mejor.
Al final un abrazo cálido y una frase:
“Estoy contigo amiga, Raval se escribe con V”