lunes, 18 de febrero de 2008

Beber y olvidar


Siempre me ha gustado beber vino, me viene de familia, paterna, claro.
Mi padre ha intentado inculcarme ese interés junto con el de los viajes, el deporte y la lectura.
Pleno. Le hice caso en todo.

Bebo pues, desde siempre, intentando aprender un poquito cada vez que abro una botella.
Hasta ahí bien.

Cuando se bebe vino, entran en juego los cinco sentidos: el oído, porque, al servirlo, el vino suena cayendo en el cristal. La vista, porque hay miles de tonos, transparencias, brillos y matices que observar. El olfato, por supuesto… El gusto y todo su universo, y el tacto.
El tacto bucal, claro.

Cuando bebo vino, presto atención a esos cinco sentidos pero desde hace un tiempo, al final, aparece el sexto. El sinsentido.

Desde hace unos meses disfruto como siempre, pero la memoria no retiene la experiencia.
No sé si es por avaricia de volver a disfrutar de todo el mundo descubierto en las últimas copas. No sé si porque ya no hay espacio en mi cabeza para tanta historia de uvas y barricas. No sé si porque ya mis descodificadores se agotaron de tanto esfuerzo y tanto imput.
Se me acabo la RAM para el vino.

Anteayer en la cata de la Mancha, bebí vinos ricos, comí quesos y cordero, me reí…
Y poco más puedo decir.
Tengo lagunas de aquella noche, sé que hablé, sé que me senté en una escalera y confesé secretos, sé que sonó música.
Sé que no presté atención a lo que debía.
Sé que pedí perdón, pero todo está desordenado.
Siento si dije algo que pudiera molestar, siento haber despertado a Luizzz.
Siento no recordar.

Pero qué rico estaba el vino...

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