De ahí di un paseíto por el centro, vi un desordenado desfile militar
Y una no muy sentida procesión, aunque, claro, como va por dentro…
A media mañana me reuní con Eduardo y Gemma y salimos hacia las montañas en el 4x4 gigante de Eduardo.
En un punto del camino tuvimos que parar para que un rebaño de llamas cruzara la carretera.
He reflexionado y creo que, durante la creación y en un momento en que Dios no miraba, un burro se tiró a una oveja. De ahí salió la llama que es un animal verdaderamente estúpido.
Aquí me tenéis escupiendo a una llama, para romper mitos.
Durante el resto del trayecto contemplé, embobada, los Andes.
Llegamos a Pisac y yo quise concer el pueblo que es como de cuento, chiquito y con un mercado artesanal precioso. Tiene una plaza enmarcada por edificios bajos con bares que tienen terrazas con pequeños balcones que dan a las montañas.
Yo quise comer pero Eduardo y Gemma me dijeron que no podía, que el San Pedro había que tomarlo con el estómago vacío. Lo primero que pensé es que no puede haber ninguna droga que sea mejor que comer pero obedecí.
Subimos de nuevo a la camioneta y llegamos al Santuario de Huanca con unas vistas aún mejores que las del pueblo y con una capilla digna de un sacrificio satánico.
Ojo a la obediencia de los peruanos.
Y bueno... subimos más y finalmente tomamos la planta...
En teoría cuando tomas San Pedro te conectas con la naturaleza, ves espíritus, sientes no sé qué en el alma… A mí me dio por reír. Reí y reí hasta llorar. Reí de todo lo que mi amiga decía y reí cuando callaba y las dos reíamos y sin parar…
Eso sí, el hambre no se me pasaba así que cuando volvimos a la camioneta supliqué que paráramos de nuevo en Pisac para ir a alguno de aquellos restaurante tan bonitos y ponerme las botas.