A las 8 de la mañana nos encontramos para desayunar en el Breakfast club. Como siempre comida como para atletas olímpicos y como siempre también un sitio muy chulo con camareros guapos y profesionales.
Y de allí… bueno… a una sesión de terapia energética. Muy complicado de explicar. De todas formas a nadie le extrañará, conociéndome, que yo haga una cosa rara más…
Después de tres horas de respiraciones, calores extraños, preguntas complicadas y respuestas crípticas les dije a mis amigos… ¿Vamos a tomar unos vinos?
Por la calle y bajo el azote siberiano del viento y la nieve todos callábamos, algunos asimilando y yo más bien debatiéndome entre la aceptación y la duda…
“¿Será una tomadura de pelo?”
Finalmente concluí que lo importante es que sirva, eso es lo que lo hace real. Hay gente que habla con un cura y encuentra la fuerza para solucionar sus problemas, ¿por qué no habría de irme bien a mí una gorda con el pelo lila y voz de pito?
Todo se aposentó con unos blancos de
Grüner Weltliner y un filete de ciervo.
Una nueva conversación entre amigas llena de consejos, mimos y promesas.
Muerta de la vergüenza de los regalos tontos que había llevado dejé ahí mi ropa, mi bolso e incluso mi pijama como recuerdo algo más íntimo, combustible para el próximo tramo de historia separadas. Metí mis libros nuevos en la maleta y el monedero etc. en una bolsa de plástico.
Me voy al aeropuerto, tengo que ir a Munich y morirme ahí de asco no sé cuántas horas… Pero está bien, cuando llegue a casa todas las ideas que me han bombardeado como la nieve en la cara irán tomando forma y puede que por la noche se hayan convertido en decisiones.
Espero que no se derritan en el concierto de Franz Ferdinand.