lunes, 5 de mayo de 2008

Para qué sirven los libros...


Elías había sido un niño tímido y eso hizo que tuviera una infancia y primera juventud marcada por la inseguridad y la introspección.
Al acercarse a la treintena la vida se puso de su parte y ser tímido, ver cine raro y llevar gafas de pasta se puso de moda.
Elías hizo cuentas con la sociedad y se llevó la bolsa llena.
Ahora era un diseñador con estudio propio, un bonito piso en el Raval, y una novia objetivamente hermosa. Sin modas.

Elías y Elsa desayunaban en la terraza del Kasparo mientras leían el periódico repartiéndose las secciones. En la otra silla se calentaban al sol el bolso de Elsa, su chaqueta de punto y su libro.
Elías levantaba la mirada de vez en cuando para hablarle a Elsa pero volvía a bajarla, sin pasar páginas hacía tiempo.
La mesa cojeaba y Elías interpretó en aquella cadencia asonante la torpeza de su infancia que volvía para arruinarlo todo.
Elías quería pedirle a Elsa que vivieran juntos, pero la voz le temblaba como la maldita pata de aquella mesa. Intentaba mantenerla firme, pero no lo conseguía.
- ¿Me dejas el libro?- le preguntó a Elsa
- Claro
Y Elías calzó la mesa con aquella novela, cogió aire y empezó a hablar.

15 comentarios:

  1. Dependiendo del autor o tema del libro es la mejor utilidad que se le puede dar. Yo uso dos para nivelar las patas de la barbacoa, que han perdido las ruedas.
    Muy buen texto, con final feliz, pues pensé que le iban a robar el bolso. Que básico soy, ¿no?

    ResponderEliminar
  2. Yo creo que Elsa tenía un ojo mirando al novio y otro al bolso. Me da que esos dos son muy del Raval y saben lo que hay.

    ResponderEliminar
  3. Le dijo que si? O se asusto le dijo que todavía no estaba preparada y descalzo la mesa? Yo también había pensado que acababan en la comisaria denunciando el robo del bolso.

    ResponderEliminar
  4. La próxima historia que cuelgue será de cacos y drogas y maderos.
    Que no tenéis sensibilidad ni tenéis nada.

    ResponderEliminar
  5. A mí me da tela de coraje cuando pongo un tope para que la mesa no cojee y empieza a cojear del lado opuesto. Malditas servilletas de papel.

    ResponderEliminar
  6. Yo directamente opto por cambiar de mesa porque me engancho los dedos, enseño el culo al agacharme, derramo las bebidas y calzo siempre la pata equivocada de forma que termino dejando la mesa como la maldita torre de Pisa.
    Qué vivan las barras.

    ResponderEliminar
  7. joooooooo Yo no había pensado ni en robos ni en la mesa. me había metido de lleno en el rollo sentimental de la historia. soy tan simple! buenos, al menos me ha gustao

    ResponderEliminar
  8. Que post mas majo... en serio. felicitats. Me ha encantado.

    GNÑÑÑ BLUBLU AORTA!!!

    ResponderEliminar
  9. Ricard, al final fueron 6 de bravas, los berberechos, croquetas, empanadillas y 47657264082765406 vermuts. Viva la dieta mediterránea.
    No quiero ver más tapas que la del boli bic en mucho tiempo.
    AOOOOOOOORTAAAAAAAAAAAAAAAAA

    ResponderEliminar
  10. Preciosa historia, que tierno!!

    Más tierno era el camarero de ayer, jajaja que susto me dió el bestia.

    En toda la cara me grito...Aortaaaaaa!!!! Aún no he entendido muy bien el por que, pero creo que ni el mismo se entendía.

    ResponderEliminar
  11. Apoyo lo del culo. Apoyo lo de la barra. Apoyo la historia de maderos, drogas y cacos. Angela más simples que nosotros no hay nada, futbol, tias y bares.

    ResponderEliminar
  12. El Kasparo, inmejorable situación, lamentables tapas; he de decir.
    Aún así, clap your hands and say yeah!

    ResponderEliminar
  13. Cierto Estanli, por eso Elías, sus gafas de pasta y su guapa morenaza estaban desayunando allí, porque el café con leche sí está rico.
    Saludines

    ResponderEliminar