domingo, 15 de abril de 2007

LA DECISIÓN DE AMAR



Sin duda hay pocas cosas que afecten directamente al individuo, tan complicadas como las relaciones sentimentales. Dejando aparte historias siniestras alteradas por ingredientes de infidelidades, engaños y otros ataques a la seguridad emocional; sin entrar en cataclismos que desembocan en traumas a veces insuperables; centrándonos sólo en esas relaciones de andar por casa, de esas que han tenido nuestros vecinos, nuestros hermanos y nosotros mismos… está claro que son complicadas.
Siempre hay dos versiones, siempre hay dos planes diferentes para un mismo deseo, siempre se quieren cosas distintas y casi siempre se fracasa: o se renuncia a no tener lo que se quiere o se llega al conformismo.
Obviamente existen algunas parejas que funcionan, como hay ingleses que saben cocinar y militares pacíficos.
Pero a mi me encanta generalizar.
En una entrevista que leí a Pedro Zerolo se le preguntaba por el éxito de su relación de pareja. El político respondió que siempre debían darse tres condiciones indispensables, a saber: admiración por los valores del otro, complicidad y pulso sexual.
Totalmente de acuerdo. Sin embargo el ser humano es cambiante y evoluciona (o involuciona) según mil factores que modifican su manera de pensar y su conducta. Todos cambiamos con el tiempo.
Así estos tres pilares básicos deben completarse necesariamente con piezas que los articulen y les den flexibilidad y movimiento.
Las relaciones de pareja son como los tratados entre países. Cada cierto tiempo hay que renegociar las condiciones, establecer nuevas fronteras, reducir el armamento contra una posible agresión y comprometernos a cumplir esas nuevas condiciones.
Hay que comunicarse y hay que comprometerse.
Ahí fallamos muchos de esta generación. Crecemos sobreprotegidos y somos consumistas, individualistas y renuentes a sacrificarnos y esforzarnos. Los que nacimos en los setenta somos “peterpanes”
Cuando la pasión o incluso la fidelidad dejan de ser los motores de la relación hay que potenciar la comunicación y el tiempo dedicado al otro. Entonces es cuando nace la intimidad.
¿Compromiso? Pánico!!! El compromiso bien entendido es, a mi parecer, garantía de calidad, no de durabilidad. Comprometerse a respetarse, a escucharse, a dar atención.
El compromiso se encuentra en los siguientes tipos de amor que describe Robert J. Sternberg:
Amor vacío (presencia de compromiso sin pasión ni intimidad).
Amor de compañeros (presencia de intimidad y compromiso, pero sin pasión).
Amor ilusorio (combina aspectos de pasión y compromiso, pero sin ninguna intimidad).
Amor consumado (cuando los tres componentes están presentes: pasión, intimidad y compromiso).
Las estadísticas, lo que vemos a nuestro alrededor, nos hacen perder la fe en una relación duradera y plena y a menudo apostamos por el “que dure lo que dure pero que sea bueno” Nos entregamos, pero en un plazo breve.
El compromiso provisional es como vivir de alquiler con contratos cortos. Nunca inviertes en el piso porque en cualquier momento te puedes ver llenando la furgoneta de un amigo con tus trastos.

Así que, de acuerdo, hay que comprometerse y eso supone un sacrificio, porque para comprometerse hace falta decidir, asumir ciertos riesgos, aceptar los costes de esa decisión y renunciar a cosas para lograr un objetivo.
La teoría bonita es que, con el tiempo, las recompensas de una buena relación aumentan, y los costes se soportan mejor y se llega a eso, ¿no?, a la felicidad en pareja.
En fin, era sólo una teoría
n

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