miércoles, 4 de abril de 2007

Papá Gener

Ayer después de una sesión complicada de terapia fui a cenar con mi padre. Le vi de lejos en mitad del Portal del Ángel, mirando a ninguna parte, con impermeable y un sombrerito para la lluvia, le vi mayor y entrañable.
Cuando me acerqué le pedí disculpas por el retraso de 4 minutos y él me abrazó feliz. Fuimos a Els 4 gats, él hablaba con los camareros, el maître, la cajera... insistía en tener una mesa junto al piano para que yo pudiera disfrutar de la música.
Pendía de un hilo entre la comprensión y el enfado pero consiguió lo que había pedido
Escogimos platos exquisitos y de pronto sentí que estábamos en París, a principios de siglo.
Hablé de viajes breves y de viajes largos; él abogó por Nicaragua, como siempre, por unas raíces que no son suyas, pero sí mías y que debo sentir más intensamente.
Él habló de como se hacían antes las cosas que yo voy a hacer ahora.
Hablamos de mi corazón que a él le parece tan fuerte y del suyo que cada vez es más débil.
Compartimos experiencias sobre drogas: las suyas más lejanas, las mías aun impregnaban la conversación.
Y bebimos vino.
Y escuchamos la música que salía del piano y de un viejo violín.
Y salimos de allí y fuera caía un mar.
Y decidimos caminar mucho rato, cogidos del brazo bajo la lluvia sin buscar taxis ni importarnos quedar empapados.
A mitad de camino él me pidió que me fuera, dijo que quería continuar solo y que no permitía que yo anduviera ni un metro más en dirección opuesta a mi casa.
Y empecé a bajar por Paseo de Gracia que parecía un río en el que los peces eran las líneas blancas de la calzada.
El río desapareció en un laberinto de pequeños canales al entrar en el Raval y empecé a entonces a sentirme muy bien, a fijarme en que la poca gente que caminaba por la calle lo hacía porque quería, todos nos mojábamos y a todos nos parecía bien, porque formaba parte de aquel momento. En el Benidorm, en el Lletraferit, en todos los bares quedaban dos o a lo sumo tres personas y todas reían o se besaban.
Y todo era tan distinto a las horas en que caminamos por esas calles de día, yendo a un sitio o a otro, o yéndonos de algún lugar, para no estar más. Ahora los que estábamos allí lo habíamos elegido y nos sentíamos tan satisfechos por nuestra coherencia que era imposible no sonreír de orgullo.
Y todo era así, simplemente tan bueno… y todo el tiempo sonaba esta canción.

n.

No hay comentarios:

Publicar un comentario