La primavera en Brisbane es absolutamente
deliciosa, especialmente para el que haya crecido en una ciudad. Las flores,
los colores y los olores son intensos y no tienen que pelearse con la polución
para manifestarse. Las jacarandas revientan en color violeta que llueve sobre
las calles y que viaja con el viento para terminar cubriendo como un manto el
camino en esta ciudad perfecta, limpia, segura, honrada.
Por las noches el jazmín, intensísimo,
emborracha la vuelta a casa tras el trabajo o el deporte.
Luego la ponciana toma la
palabra y vence con sus flores rojo intenso toda posible discusión sobre quién
manda en temas de color.
Hasta los alcorques son una fiesta. Por
todas partes hay primavera: mientras en el resto del mundo empiezan el frío, el
mal tiempo, el largo invierno, aquí se respira alegría, luz y la llegada del
calor y de las vacaciones.
Y esta, para mí, ya es la tercera vez.
Ya nada es tan nuevo para mí en
Australia, ya he viajado por toda esta inmensidad, he mirado a los ojos a
animales diferentes, he perdido costumbres y he adquirido otras. He trabajado
mucho y muy duro y así he podido conocer también al australiano que no sale en
las revistas de surf, al cerrado, soberbio, el que odia todo lo de fuera, que
critica e insulta al extranjero.
He cometido mil errores, los recordaré,
creo. Ya no soy joven.
He tenido tiempo de querer y olvidar;
aquí también me han hecho daño.
He metido en mi vida a personas que lo
estarán siempre. He recibido con ilusión a los que nunca se fueron.
Mi pareja, mi compañero, me ha demostrado
que sí se puede seguir en una nube después otro año, y otro, y otro más. Que
las frases esas de “ya veréis cuando llevéis más tiempo” son sólo frustración y
envidia.
Mi sueño australiano se ha cumplido, he
ido llenándome de experiencia, de nuevos afectos, de historias, de objetivos
alcanzados.
Y cuando todo está conseguido, es cuando
hay que moverse. Hay que volver a buscar la aventura, el esfuerzo y las nuevas
recompensas. Quedarse quieta no es una opción.
Siempre he relacionado la comodidad con
la pereza, y la pereza para mí es un monstruo.
Esta es la última vez que veo florecer
aquí las jacarandas.
Gracias, Oz.