El día que salí de
Madrid las calles estaban heladas.
Después de las horas
–días- de aeropuertos y aviones sin clima, sin tiempo, sin realidad, lo primero
que sentí al volver al mundo, por encima del cansancio de tan largo viaje, fue
el golpe de humedad. Y es que ése, era otro mundo.
Todo es tan
diferente aquí, diferente de vosotros, diferente en la forma de sentir. La
piel, los olores, la luz, las historias…
No pasa un día en
que no piense en alguno de mis amigos o alguien de mi familia. No en España, no confundamos,
no siento nada por ese ni por ningún país. Pero cada detalle, cada duda o cada
pequeño logro, lo traslado ahí donde estáis y me siento con uno o con otro a
comentar las posibilidades, las soluciones, los siguientes pasos.
Y en mi
cabeza os pongo movimiento, os visto con la ropa con la que os recuerdo, pido otra
ronda al camarero y seguimos hablando.
Creo que sin eso no
podría vivir, ni aquí ni en ningún otro sitio.
No sé si voy a
volver, no parece probable, no sé tampoco si cambiaré de país pronto, no sé.
Aquí estoy bien,
tengo muchas cosas que necesitaba. La calma, necesitaba esta calma en el pulso,
en las noches.
Haga lo que haga os
llevaré conmigo, os seguiré pensando, seguiré soñando despierta que me contáis
y os cuento.
No os suelto, no os
pienso soltar.